HISTORIAS DE VIDA, HISTORIAS DE MUERTE
El Holocausto ha sido (y será siempre) uno de los máximos generadores de oscuras historias que fueron retratadas en libros, películas y obras musicales. Cada testimonio de un sobreviviente y cada recopilación de historias encontradas dentro de los campos de concentración sobre quienes no lograron sobrevivir, mantienen viva la memoria y brindan la posibilidad de conocer mucho más sobre la vida de las víctimas que son más que un número espeluznante de fallecidos.
Particulares casos son los de Julius Hirsch y Arpad Weiss, dos prestigiosas personalidades del mundo del fútbol que perdieron la vida en Auschwitz.
Crecer como héroe, morir como villano
Hirsch nació en la ciudad alemana de Achern en 1892 en el seno de una familia de comerciantes judíos. Fanático del fútbol en un país con poca historia en ese deporte, Julius comenzó a jugar a los 17 años como delantero en club de su barrio.
Tres años más tarde, en 1912 formó parte del tridente ofensivo de la selección alemana en los Juegos Olímpicos de Estocolmo donde perdió en semifinales frente al anfitrión Hungría.
Su carrera iba en alza y en el ámbito futbolístico se lo consideraba uno de los mejores. Sin embargo, su patriotismo fue más fuerte y en 1913 se alistó en el ejército alemán para combatir en la Primera Guerra Mundial al igual que uno de sus hermanos que luego fallecería en el campo de batalla. Julius Hisch regresó condecorado a su casa y, llamativamente, esa estatuilla le resultaba mucho más importante que los galardones que había recibido como jugador de fútbol. Formalmente en 1923 se retiró como jugador y pasó a entrenar a los juveniles del Karlsruher, siendo considerado como el personaje más destacado y amado del club en toda su historia.
Pero todo cambiaría diez años después cuando el régimen de Adolf Hitler comenzó su campaña para apartar a los judíos. Antes de escapar a Francia y abandonar a su familia para que no sea vinculada con su condición de judío y así salvarla, escribió «El amor que le tenía a este equipo al que he pertenecido desde 1902 ha desaparecido radicalmente. Quiero que quede claro el daño que nos está haciendo la nación alemana a un conjunto de personas decentes que hemos demostrado nuestro cariño a este país, incluso dando nuestra sangre por él».
En 1943 fue arrestado por la Gestapo y enviado a Auschwitz donde finalmente murió.
Su nombre volvió a hacerse fuerte a partir de 2005 cuando la Federación Alemana de Fútbol implementó el premio Julius Hirsch a los aficionados que realizan trabajos contra cualquier forma de racismo o discriminación.
El precio de la fama
Arpad Weisz nació en 1892 en Solt, Hungría. Ya de pequeño tenía gran habilidad para pegarle a la pelota y mucha visión de juego: algo que en una época en la que el fútbol estaba aún en laboratorio le daba gran ventaja por sobre el resto de los jugadores.
Sus habilidades pronto lo hicieron destacarse internacionalmente representando a su país en los Juegos Olímpicos de París (1926) y luego obteniendo su primer contrato internacional para jugar en el Macabi Brno de Checoslovaquia, equipo en el cual estuvo un breve período antes de emigrar al Alessandría italiano que sería su trampolín para llegar a jugar en el ya poderoso Inter de Milán.
Su carrera como jugador terminaría a los 26 años como consecuencia de una serie de lesiones. Pero Arpad no estaba para nada dispuesto a abandonar el mundo del fútbol y su alternativa más rápida fue probar suerte como entrenador en los mismos dos equipos en los que había jugado en ese país para finalmente consagrarse en el Bologna.
Su trabajo en cada uno de los clubes no pasó desapercibido. En Italia fue el primer técnico de la historia en sacarse el saco y la corbata para entrenar a su equipo y en implementar las concentraciones fuera del estadio previo a los partidos. Su instinto hizo que en su era en el Inter eche el ojo sobre un niño delgado de 16 años llamado Giuseppe Meazza, quien luego se convertiría en uno de los mejores jugadores italianos de la historia, dándole incluso el nombre al estadio de fútbol de Milán, el más grande de Italia.
Con Weisz como entrenador, el Bologna se convirtió en el equipo más poderoso del país consiguiendo el Scudetto (Campeonato Italiano) durante dos campañas seguidas (1935/36 – 1936/37) y alzándose además con el Torneo Internacional de la Expo de 1937 (hoy Europa League). Weisz se coronaba como el mejor entrenador de Europa catorce meses antes de que todo empezara a cambiar. En 1938, Benito Mussolini promulgó las leyes raciales fascistas por las que todos los judíos extranjeros presentes en el territorio italiano con posterioridad a 1919 tenían que abandonar el país.
El consagrado técnico huyó con su familia primero a París y luego a Holanda en donde comenzó nuevamente a dirigir, esta vez al modesto Dordrech. Holanda no era un sitio más tranquilo para los judíos y menos para los Weisz que eran personas conocidas. La Gestapo no tardó en encontrarlos. Birkenau fue el sitio para el final de su familia. A Arpad le colocaron un abrigo con una enorme estrella judía que poco tenía que ver con las tres estrellas de campeonato que él había conseguido que se bordaran en las camisetas de Inter y Bologna. Fue enviado a Alta Silesia para realizar trabajos forzosos y luego de resistir durante casi dos años fue llevado a Auschwitz donde murió.