La vieja que escribía cartas de amor
Relato de Gisella Brunehild (90 años), ganadora del primer premio en el Concurso Literario para Adultos Mayores (edición 2014).
Eran los años 1930, en Berlín. Dos jardines, uno frente al otro. Dos chicos, una niña de 8 y un niño de 9 años. Los dos eran judíos y los dos, después de las tareas escolares, pasaban las tardes juntos. Daniel escalaba por encima de un pequeño muro, que separaba los dos jardines, para jugar con Sara a las muñecas, pues al muchachito le gustaba jugar a ser papá y a la niña hacer de mamá.
Otros juegos pasaban en el hueco debajo del escritorio antiguo del padre de la niña, convertido en castillo para la princesa Sara y en cueva para el mago Daniel, quien a menudo la raptaba y tenía presa y de donde Daniel, como príncipe, la salvaba periódicamente.
También se convirtieron en ángeles y anónimamente repartian bombones en casas vecinas. A veces jugaban con trencitos, automoviles u otros juegos varoniles en la habitación de Daniel, pero eran juegos con menos fantasía. A la hora de la merienda, las respectivas mamás preparaban, según la temporada, chocolate caliente o jugos de fruta, y poco a poquito, nació el primer amor.
Un día, paseándose los dos chicos en el parque vecino, Daniel como padre moderno empujando el cochecito con una muñeca y Sara llevando otra en brazos, se encontraron de repente con compañeros de clase de Daniel. Las burlas de los chicos, viendo a otro con un cochecito de muñeca, eran tan traumatizantes para Daniel, que de ese día en adelante nunca más quiso ni jugar ni hablar con Sara.
Era tal la tristeza de ella por haber perdido a su amigo (¿o habrá sido la primera pena de amor?), que la mamá de Sara le regaló un conejito blanco, con el cual en brazos, se paseaba durante días delante de la ventana de la pieza de Daniel que daba sobre los dos jardines. A veces se movian las cortinas, haciendo adivinar una presencia, pero Daniel no aparecía.
Llegó 1933 con todas la miserias para los judíos alemanes, que se creían integrados y eran alemanes de corazón. Las familias que podían huían, no «emigraron» como se dice equivocadamente, lo que significa una partida voluntaria. Hubo separaciones que dolieron, como la de Sara de su conejo blanco, que debe haber terminado en una sopera, y de su ilusión de reencontrar a Daniel, que se había ido con sus padres, no se sabía a dónde.
Sara y su familia vinieron a la Argentina, en donde ella se hizo mujer y médica especializada en enfermedades tropicales. Tuvo novios, era atractiva, no pudo decidirse a casarse con ninguno. Por su profesión viajaba mucho. Congresos, seminarios, investigaciones la hicieron viajar por el mundo entero.
Por donde iba, en cada ciudad, buscaba el apellido de Daniel en los anuarios. Ella se decía a si misma que era de pura curiosidad. ¿De veras? ¿No había ahí, escondido en su subconsciente, un sueño que no se atrevía a confesar por considerarlo irrealista, absurdo e incluso infantil?
Los años pasaban, los amores pasaban; Sara envejecía dulcemente, sin remordimientos, satisfecha de su vida de soltera, pero nunca solitaria. Qué buscaba Sara que seguía viajando por placer y seguía mirando los anuarios telefónicos en todos los lugares en donde había teléfonos. Como quería quedar al corriente de los progresos del mundo actual, tomó una profesora de computacion a los 80 años. Y es así que un día apareció Facebook en la vida de Sara.
No pudo resistir y tocó el apellido de Daniel. Encontró el mismo nombre y apellido como dueño activo de una conocida empresa. «Debe ser el nieto», se decía ella incrédula, y preguntó por mail si por casualidad fuese pariente de un chico del mismo nombre con quien jugaba a las muñecas 71 anos atrás. «Fui yo -vino la respuesta inmediata de un país lejano- y nunca te olvidé».
¿Se pudo realizar el sueno de Sara? Se hizo realidad en un sentido ideal y abstracto y ya sin posibilidad de desilusionarse. Daniel estaba casado desde hacía 55 años con una buena mujer, tenían cuatro hijos y una cantidad de nietos. Su vida estaba hecha y no pudo cambiarse con este encuentro inesperado. Sin embargo, el amor de infancia, inconsciente en ambos, se despertó de su largo sueño y se hizo realidad en un amor de adultos, en un amor violento, intelectual y sensual, pero limitado solamente a la expresión escrita.
No intercambiaron fotos, nada material debía transformar este sentimiento, que quedaría virtual para no herir ni las convenciones ni a otros seres humanos. Pero en el profundo secreto de su virtualidad, se realizó el sueño de Sara. Encontró a los 80 años pasados el amor de toda una vida.
Todos los concurrentes a los centros de la red de AMIA, ya pueden participar de la nueva edición del concurso con un relato breve sobre el amor o una historia con humor. Los textos podrán ser elaborados en forma individual o grupal. El plazo de entrega es el 28/8. Para mayor información: adultosmayores@amia.org.ar. Bases y condiciones: www.redadultosmayores.amia.org.ar.
SI TENES 60+ PODES PARTICIPAR.
HAY TIEMPO HASTA EL 28 DE AGOSTO.
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