Inventos industria argentina

A continuación, los invitamos a realizar un breve recorrido por la vida de tres inventores judíos que, con sus aportes, lograron destacarse en la historia argentina.

Carlos Arcusín

Carlos Arcusín

Ser un profesional de la curiosidad
El inventor de las jeringas autodescartables

Inventor profesional, miembro fundador de la Asociación Argentina de Inventores y poseedor de numerosas patentes de invención tanto en la Argentina como en los principales países del mundo, posiblemente el más importante de sus hallazgos sea la jeringa autodescartable.

Según él mismo lo explica «una cosa es una jeringa descartable y otra muy distinta una jeringa autodescartable. El descarte de la primera depende de que lo haga el que la utiliza, mientras que la segunda se descarta por sí misma sí o sí.  Esa pequeña diferencia es la enorme distancia que la separa a las jeringas descartables comunes.» La autodescartable incluye una jeringa inseparable para evitar el intercambio de agujas, común entre drogadictos, de consecuencias muchas veces fatales por contagio del virus del Sida o de hepatitis B. La segunda cualidad del invento es el émbolo que extrae y empuja el líquido a ser inyectado, cuyo disco se separa automáticamente del vástago que lo sostiene una vez hechos los dos movimientos elementales de la aplicación, con lo que la jeringa se auto inutiliza inevitablemente tras su primera y última utilización.

Jeringa autodescartable

Entre los inventos de Arcusín  también se cuentan un capuchón de seguridad para agujas hipodérmicas y una máquina para preparar hamburguesas sin producir humo ni olor. Y es en mérito a la excelencia de sus inventos y a su éxito en el mercado que le fueron otorgados los mayores premios nacionales e internacionales.

Carlos Arcusín nació en Buenos Aires en julio de 1954.

Ladislao José Biro

Ladislao José Biro

El día de su nacimiento es «El día del inventor»
El ingenioso creador de la birome, el bolígrafo que lleva su nombre

Inventor y periodista húngaro, nacionalizado argentino que realizó más de una treintena de inventos, entre ellos el bolígrafo, que le dio fama internacional.

La idea surgió observando a unos niños que jugaban con bolitas. Una de ellas atravesó un charco y al salir de este siguió trazando una línea de agua sobre la superficie seca de la calle. Con esta idea Biro patentó en Hungría, en 1938, un prototipo.

En 1943 emigró a la Argentina con Juan Jorge Meyne, socio y amigo que lo ayudó a escapar del nazismo. Eligieron este país porque el entonces presidente argentino Agustín P. Justo, vio a Biro en Yugoslavia escribiendo con ese bolígrafo y le interesó. Biro le habló de su dificultad para conseguir una visa y Justo le dijo que en Argentina su invento tendría grandes posibilidades, dándole su tarjeta que decía: Agustín P. Justo, Presidente.

Publicidad de Birome

En 1940 formó una compañía y perfeccionó el invento lanzándolo al mercado con el nombre de Birome, por las sílabas iniciales de Biro y Meyne. Al comienzo los libreros dijeron que esos “lapicitos a tinta” eran demasiado baratos y los vendían como juguetes para chicos. En 1943 licenció su invento a Eversharp Faber, de los Estados Unidos, en la entonces extraordinaria suma de dos millones de dólares.

László József Bíró, conocido en la Argentina como Ladislao José Biro, había nacido en Budapest el 29 de septiembre de 1899, y ese día, en su honor, se celebra en Argentina el Día del Inventor.

Biro falleció en Buenos Aires en noviembre de 1985. 

 

Membracel

Celia Mohadeb

Cuando la ciencia es un arte
La inventora de una piel casi humana

Celia Mohabed, bioquímica y farmacéutica, egresada de la Universidad de Buenos Aires, pasará a la historia incluida entre los inventores argentinos por haber desarrollado una membrana de colágeno que sustituye temporariamente la piel y acelera el tratamiento de quemaduras y lesiones cutáneas. Aunque la palabra invento a ella no le agrade demasiado, así lo designan el premio nacional y el internacional que le entregaron. «Hablar de invento parece indicar que se te prendió la lamparita y al otro día salió el producto, y no es así, esto exigió mucho trabajo» dice, y lo demuestran los años de estudio que dedicó a lograr este desarrollo tecnológico. Esta bioquímica considera el trabajo científico más cercano a la obsesión del artista que a la inspiración del poeta.

Esta membrana esta compuesta básicamente por un gel de colágeno, que se extrae de piel bovina, y funciona como un parche que se coloca donde falta piel, mientras ésta crece nuevamente. Su mayor logro es que, a diferencia de cualquier gasa o apósito, no tiene que cambiarse durante el proceso de curación, lo cual evita dolores y acelera hasta un 50 por ciento el tiempo de cicatrización de una herida.

«Una córnea se puede sacar de una persona y ponérsela a otra. Un hígado y un corazón también. Pero la piel es la de uno o es la de uno», dice Mohadeb. Su obsesión, justamente, fue crear esa piel que pudiera ocupar el lugar de la que se daña por quemaduras por úlceras o escaras. Cuando logró darle forma final a «Membracel», tuvo que recorrer un tortuoso camino por probar que no había nada en el mundo con las mismas características y recién en 1997 consiguió su patentamiento.

 

Fuente: «Vida judía en Argentina: aportes para el Bicentenario» coordinado por Magdalena Faillence. Proyecto Curatorial, contenidos y producción: Elio Kapszuk – Ana E. Wainstein